
Nadie tiene autoridad para juzgar la conciencia de los demás, y cada uno podrá obrar según le parezca: de eso se trata la libertad.
Pero los actos conllevan también responsabilidades, y cuando se trata de personas que ejercen la función pública, que prestan un juramento al asumir sus cargos y voluntariamente ponen sus acciones a consideración de quienes dicen representar, ya no estamos hablando de cuestiones privadas.
Cada quién podrá creer lo que le plazca, profesar la religión que su fe le indique y obrar según sus convicciones. Nada de eso se discute.
Pero del mismo modo, quienes les otorgan a esas personas el poder de decidir, los votantes, tienen derecho a opinar. Y también a señalar incongruencias, contradicciones y comportamientos que marchan a contramano de lo que se dice.
Por caso, la iglesia católica, como iglesias cristianas, evangélicas, judías, musulmanes y otras religiones, mantienen una postura inflexible con respecto a la legalización del aborto.
Y allí es donde surge la insensatez. Porque se puede ser abortista o no. Se puede ser cristiano o no. Pero quien se dice cristiano, católico, judío o musulmán, y al mismo tiempo es abortista, en algo está fallando.
Falla en su discurso: esto es, miente. Falla en su conducta: esto es, hace lo contrario de lo que dice.
Si una autoridad pública manda prensa oficial a fotografiarse en cuanta ceremonia religiosa hay, para luego obrar públicamente contra los mandatos de esa misma religión, queda en el límite de la fantochada.
Si es un acto de inmensa hipocresía o una actitud hija de la confusión mental, no se sabe. Pero no hay manera de disimular la grotesca incoherencia.
Puede ser que los gestos religiosos se usen como un acto proselitista más, para quedar bien, para sumar un votito, para buscar la simpatía de los feligreses. Es al menos raro que ninguna alta autoridad de la provincia se niegue, no sólo a participar, sino a encabezar los actos más importantes de la iglesia católica en Catamarca.
No es que asisten, por ejemplo, a una procesión: la lideran, codo a codo con el obispo. Incluso ahora que no se admitieron peregrinos, las autoridades van. ¡No pueden faltar! ¿Por qué? ¿Por propia fe? ¿Para evitar un escándalo, para sacar provecho?
Supongamos que no. Supongamos que lo hacen por convicción (aunque muchos que se ponen en primera fila cuando están en el poder, después de dejar sus cargos no aparecen más).
Pero no importa. Imaginemos que van porque lo sienten. ¿Cómo es que después obran en sentido contrario a los mandatos de la religión que dicen profesar?
Hay confusión, o hay hipocresía. No se puede ser cristiano y abortista. Como no se puede ser antirracista y aceptar al mismo tiempo que se mate a una persona por su color de piel. Como no se puede ser abstemio pero tomar whisky. Como no se puede ser vegano pero comer asado. Como no se puede ladrón y honesto al mismo tiempo.
Las religiones son lo que son, se aceptan o no, se abrazan o no, se adoptan o se rechazan. Todo es válido. Lo que no se puede es declarar que uno es de un credo y acomodarlo después al gusto personal, como quien le hace un dobladillo al pantalón para que le siente cómodo. Eso no es religión, eso es un fetiche.
Lo que no se puede es vender hasta el cansancio imágenes fotografiándose con cara de emoción en las iglesias y después ponerse un pañuelo verde.
En su vida privada cada uno sabrá dónde y a quién le rinde cuentas. Pero cuando se gobierna y se legisla, las cuentas se rinden al pueblo. Y si se ofrece una cosa y se vende otra, eso es una estafa, una burla.
Los legisladores que en Catamarca se declaran cristianos y en el Congreso votan a favor del aborto, después de usar innumerables ceremonias religiosas como vil propaganda, les tomaron el pelo a muchos de sus seguidores. O porque están confundidos, o porque son hipócritas.